Contribuição feita ao volume Still da artista argentina Ayelén Coccoz. O livro tinha por objetivo uma revisão crítica e criadora, feita por 20 críticos e artistas convidados, de sua exposição homônima, realizada em 2015, a qual reuniu uma série de "esculturas de esculturas", obras congeladas em meio a seu próprio processo criativo. A palavra que dá título, tanto ao livro quanto à mostra, refere-se à captura de um fotograma, mas também pode ser traduzida do inglês como quietude, calma ou natureza morta. Contrariamente aos demais contribuidores, não tive acesso físico às esculturas, e baseio minha resenha nessa contradição.

Fonte > publicação independente Still, 2019 (espanhol)




On dirait que pour Dieu le monde
n’est que l’occasion de quelques
essais 
de natures mortes.
Louis Aragon, Le paysan de Paris, 1926


                En un mail que me mandó hace alrededor de un año, A. C. me lo dejó bien claro: el único requisito para contribuir con un comentario en la publicación de este libro era, efectivamente, haber visto las obras en vivo. Así las cosas, yo no debería estar escribiendo sobre STILL. Sin embargo, ese era un mail de invitación. No había estado en la muestra, es cierto, pero ella asegura haberme visto; yo estaba presente, en sus sueños, mirando atentamente cada obra. No solo eso sino que, en algún punto, parezco haber manifestado mi voluntad de “dar vuelta” las piezas con el objeto de ver “la estructura subyacente”.

                Así me transmitió lo que, al parecer, fueron “mis propias palabras”. Conociéndome lo suficiente como me conoce, bien sabe que yo nunca hubiera usado el término “estructura” en su sentido literal; ni siquiera en sus sueños. Imagino que, aún siendo posible en sueños andar por la muestra moviendo las piezas, la “estructura” no solo refiere al marco de madera que soporta y sostiene las piezas contra la pared sino que, y sobre todo, apunta a algo que no puede ser visto ni despierto ni tampoco en sueños: se trata del sentido mismo.

                A. C. me envió por mail algunas fotos de la muestra, en una paleta casi monocroma. Mirándolas ciertamente puedo imaginarme ahí, deambulando en soledad por ese enorme depósito, absorto en mis pensamientos —tal cual me imaginó en sus sueños—. De hecho, todo es tan oscuro en esas imágenes que siento como si yo fuera el espectador ideal de STILL; como si las piezas hubiesen sido hechas intencionalmente para ser omitidas. Para ser recorridas por la mirada, sí; pero no para ser vistas.

                Estas obras comparten una suerte de carácter elusivo que constituye una “reserva” frente a la mirada del espectador. Pero esto no ocurre por el hecho de que algunas de las obras presenten, en primer plano, una superficie velada —sugiriendo, así, la anulación de una imagen que estaría detrás—; sino que, creo yo, esto es así precisamente porque las obras funcionan como imágenes y, más precisamente, como imágenes fotográficas. Es decir, imágenes sin profundidad, sin ningún tipo de fondo. De nuevo: esta “chatura” ya está sugerida por la —casi— bidimensionalidad de los “velos” de A. C. Pero solo al ver las obras fotografiadas, vale decir viéndolas “en imágenes”, es uno capaz de entenderlas como formando parte de un todo y de allí la dificultad de determinar si, por ejemplo, el cuaderno negro que descansa sobre la mesa o el gran plástico negro sobre lo que parece ser la puerta de entrada a la muestra son, o no son, parte de ella.

                STILL es, de hecho, el título perfecto para esta muestra porque logra dar con la estructura invisible allí presente. Aun cuando están hechas de materiales ciertamente sólidos, las piezas parecen funcionar de un modo fotográfico: como decía Roland Barthes, la imaginería fotográfica es la más ilusoria de todas, porque termina por esconder aquello que se supone debería revelar. No nos muestra un detalle de lo que había sino, más bien, un fragmento de lo que ha sido —señalando, de manera oblicua, que lo que ha sido necesariamente dejará de ser y que aquello también nos sucederá a nosotros, de manera inquietante y refleja—.

                La fotografía captura la vida para congelarla en un instante, para extraer de ella lo que tiene de vital. Del mismo modo, también se anula nuestra capacidad para describir lo que vemos y para dotar la imagen de sentido. Como señala el crítico en La cámara lúcida(1980): “Debo por lo tanto […] a esta ley: no puedo penetrar, no me puedo adentrar en la imagen fotográfica. Solo me resta barrerla con la mirada, como a una superficie lisa. La Fotografía es plana y lo es en el sentido más evidente del término: eso es lo que debo comprender”. Lo mismo aplica para estas obras “fotográficas”: su falta de profundidad resuena profundamente en el espesor denso de nuestra vida cotidiana. Y cuando eso ocurre todo se vuelve inerte, chato, perfectamente muerto.

                Volviéndonos a nosotros, espectadores y espectros en la exposición, imágenes oníricas dando vueltas en la mente de otro.